JUGAR CON LA FAMILIA

-UNA SENTIDA REFLEXIÓN SOBRE LOS VIDEOJUEGOS… Y CON QUIÉN LOS COMPARTIMOS-

“Pero Pepino, bastante calvario pasa tu familia con aguantarte como para que encima pretendas que se pongan a jugar contigo…”. Si es eso lo que has considerado al cruzarte con este artículo… pues mira, en esta ocasión no vas muy desencaminado. Verás, lo que viene a continuación es una historia personal bastante triste que quiero compartir contigo, porque así me desahogo y me ahorro una sesión de terapia. 

Comienzo con una confesión: me dan muchísima envidia (de la mala) aquellas personas con las que hablo de videojuegos y me cuentan cosas como que ellos solían jugar con sus padres, o que incluso lo siguen haciendo a día de hoy. Eso es algo que a mí nunca me ocurrió. Mis progenitores siempre vieron los videojuegos como un entretenimiento tonto, una pérdida de tiempo. Y ojo, que les entiendo perfectamente, eh. No es que yo me pasara todos los días enclaustrado en mi habitación con las maquinitas ni mucho menos, pero es bien sabido que a la gran mayoría de los padres de los 80 y los 90 no les gustaba nada ver a sus hijos hipnotizados con la pantalla. 

Cuando era un enano disfrutaba de jugar con la bici, la pelota, mis juguetes, de ver los dibujos animados… pero también me lo pasaba en grande con mi NES con juegazos como el Super Mario Bros 3, claro.

Esto es algo que afortunadamente está cambiando poco a poco. Donde antes había temor a lo desconocido, ahora es posible ver a padres jugando con sus hijos en amor y compañía. No hay más que ver el concepto jugable de la Nintendo Wii. Pero claro, yo soy un hijo de mi tiempo, donde esto era muy poco común. Por eso me sorprende mucho cuando alguien de mi generación me cuenta los piques con su padre al Mario Kart o cómo su madre es una flipada de los Zelda y se los ha terminado prácticamente todos. 

A mí me hubiera encantado compartir según qué momentos con mis padres. Momentos en mi vida videojueguil que se me quedaron grabados en la memoria y me convirtieron en alguien muy feliz, en alguien que se divertía de lo lindo. Y no solo por pasarlo bien con mis padres y tener una afición común que seguramente nos hubiese unido más, sino también por tener el honor de introducirles en este mundo y haberles enseñado montones de juegos que seguramente les hubieran encantado, si hubieran tenido a bien interesarse un poco por mis aficiones y estar dispuestos a compartirlas conmigo.

Ojo, que yo lo he intentado, eh. Sobre todo con mi padre, que a veces sí ha mostrado algún interés fugaz cuando era más joven. Pero claro, él es un señor que lo más parecido a un videojuego que él suele jugar es al ajedrez online. Que está muy bien y lo aplaudo, (yo mismo lo suelo hacer también), pero me gustaría que se animase y probara otro tipo de juegos. Alguna que otra vez consigo que se eche una partida al Tetris (que sí le gusta mucho), y en el pasado hemos tenido algunas épocas en las que nos picábamos al Super Bub de la Net Yaroze, pero realmente lo máximo que conseguí sacarle fue algunos vicios aislados al Tekken 2.

Cuando jugaba con mi padre al Tekken 2, prácticamente siempre le ganaba por paliza, pero no me importaba en absoluto: nos lo pasábamos teta dándonos hostias virtuales. ¡Anda, mira al fondo, las torres gemelas! 

Mi madre siempre fue un hueso aún más duro de roer en este sentido. Nunca mostró ni el más mínimo interés por los videojuegos y no sabría ni por dónde agarrar un mando. Ella es la típica madre que opina que he estado desperdiciando toda mi vida frente a la pantalla con las dichosas maquinitas, como ella las llama. Tampoco entiende aún que yo dedique tantas horas a mi podcast de videojuegos o a este mismo blog que estás leyendo ahora mismo, cuando podría invertir ese tiempo en hacer algo de provecho. Aquí debo reconocer que razón no le falta…

Esa actitud de mi señora madre es algo que me da mucha pena. Porque es una mujer trabajadora y sacrificada como ella sola, que siempre se ha dedicado en cuerpo y alma a su casa y su familia, y a veces me da la sensación de que realmente nunca puso la mera diversión y entretenimiento propios entre sus prioridades, y en ocasiones hasta parece que le cuesta relajarse y pasar un buen rato. A veces en mi casa hasta hemos tenido que “obligarla” a que haga cosas simplemente para pasárselo bien y disfrutar, como salir con amigas, dar un paseo o ir al gimnasio.

Solo recuerdo una sola vez en toda mi vida en la que conseguí que mi madre probase un videojuego. Ella seguramente ni se acuerde, pero para mí fue un momento muy especial que no olvidaré nunca, aunque pueda parecer una chorrada. Fue el día que estrené mi Playstation, cuando estábamos probando los distintos juegos que contenía la mítica Demo1 que traía la consola. Uno de los juegos incluidos era el Rapid Racer, un modesto arcade de carreras de lanchas motoras que en aquel momento nos pareció una absoluta maravilla.

Antes de comenzar la carrera le pasé a traición el mando a mi madre y le dije que jugase ella, ante su incredulidad. Básicamente duró 5 segundos antes de encallar su lancha en la arena de la playa sin remedio, y te puedes imaginar las risotadas y el cachondeo general. Que yo sepa, nunca jamás volvió a probar un videojuego. Espero que no fuese porque le quedara trauma.

Realmente el mayor aliciente de Rapid Racer era que la banda sonora estaba compuesta por el célebre grupo Apollo 440. Aun así, siempre le guardaré cariño por ese momentazo que nos dio a mi familia.

Y por último estaría el caso de mi hermana, que es muy distinto. Como nos hemos criado juntos (apenas nos llevamos un año y medio de diferencia), por lo general tenemos gustos muy afines, y eso incluye los videojuegos.

La particularidad en su caso viene en el hecho de que ella siempre se ha autodenominado como una “jugadora pasiva”. Esto significa básicamente que le gusta más verme jugar a mí, ayudándome a solucionar los puzzles y proporcionándome consejos, que jugando ella directamente. Eso no quita que sí le guste jugar a ciertos géneros como las aventuras gráficas, de hecho es una máquina en ellas y creo que se ha terminado prácticamente casi todas las existentes a día de hoy. También le gustan los juegos de rol y de aventuras, pero no se lleva bien con los momentos de mucha acción o que requieran mucha habilidad a los mandos. Normalmente cuando en un juego le toca un combate difícil me pasa el mando a mí para que yo me encargue. ¡Hacemos un buen equipo!

Varios de mis mejores recuerdos relacionados con los videojuegos los he vivido con ella. Nunca olvidaré cuando estrenamos el Tomb Raider 2, las largas sesiones de juego cuando éramos unos críos al Theme Hospital o al The Battle of Olympus, o cuando nos terminamos juntos el Metal Gear Solid, el Silent Hill, el Fallout 3 o el Final Fantasy IX. Prácticamente todos los títulos que disfrutamos juntos se han convertido en mis juegos favoritos de todos los tiempos. Más que nada porque son juegazos maravillosos, pero también porque compartí todos esos momentos con una persona muy importante para mí. Y éste es justo el punto al que yo quiero llegar.

Aprovecho la ocasión para reivindicar la absoluta obra maestra que es Final Fantasy IX. Si no lo has jugado, ya tardas en pillártelo baratito en Steam y gozártelo en Full HD y mejoras a tutiplén con el Moguri Mod.

Siempre digo que los videojuegos son lo más, de hecho no sorprendo a nadie si digo que es una de mis aficiones favoritas. Ahora bien, creo que la diversión que te ofrecen se multiplica cuando los compartes con otras personas, generalmente amigos, vecinos, primos, padres, hermanos… ¿No te pasa que recuerdas algún juego bastante mediocre de tu infancia al que le guardas un cariño inmenso porque solías jugarlo con una determinada persona? ¿No se dibuja en tu rostro una sonrisa tontorrona debido a las anécdotas que te vienen a la cabeza con ese juego cuando haces un poco de memoria?

Al menos a mí, como has podido comprobar a lo largo de este artículo, me pasa mucho, todo el rato. Y hacen que mi amor por este medio crezca, así como también crece el vínculo con aquellas personas con las que tuve el placer de compartir esos momentos. 

Verás, yo siempre defendí que los videojuegos son mucho más que píxeles y polígonos moviéndose en una pantalla. Son recuerdos. Son risas, tardes compartidas, pequeñas victorias y grandes derrotas que, vistas con el tiempo, acaban siendo lo de menos. Lo verdaderamente importante es con quién viviste todo eso.

Porque cada partida es una excusa perfecta para estar juntos, para hablar y para conectar de una manera diferente (una muy divertida, dicho sea de paso). Y aunque a veces se nos olvide, cuando jugamos con alguien que queremos, el mando deja de ser un mero trozo de plástico en nuestras manos y se convierte en un lazo invisible que une generaciones, fortalece vínculos y construye recuerdos que durarán toda la vida.

Me despido haciéndote una última petición. Por favor, si tienes hijos, no seas el padre que mira mal los videojuegos. Juégalos con ellos, aunque te hagan perder siempre. Créeme, te lo agradecerán eternamente.

 

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2 respuestas

  1. Uno de esos post que llegan a la patata.Sobre todo por eso que dices que los videojuegos más allá de ser un producto se convierte en gratas experiencias y recuerdos al poderlos compartir con alguien.
    Mis padres tampoco eran muy de videojuegos pero si que han podido compartir conmigo alguna partida con risas de por medio gracias a los piques al Duck Hunt en la clónica de NES que llegó a casa.
    Luego al pasar más consolas por casa y lejos de ponerse a jugar si que se interesaron por lo que estaba jugando siendo espectadores de mis hazañas y manquez a los mandos.
    Luego ya pues las muchas partidas al Super Mario con mi hermana a ver quién llegaba más lejos,los fines de semana con mis primos para probar más consolas como MegaDrive o Super Nintendo y alquilar muchos juegos o la sorpresa de mi abuela al ver como la Sega Saturn que nos regaló una navidades ocupó su televisión al ser la única que tenía salida para euroconector.
    Recuerdos muy gratos que le quedan a uno gracias a este bonito hobby que son los videojuegos.
    Tan gratos como este pedazo de post que nos has regalado,tocayo.
    Con ganas ya de ver más cosas nuevas en la web más pepina de la interné.
    Un abrazote grande

    1. ¡Toma ya! El Duck Hunt era un descojone con el puto perro cabrón, desde luego. Yo también lo tuve y era una risa. Me alegro de haberte traído todos esos recuerdos que me cuentas. Aquellos eran buenos tiempos, eh…

      Gracias por dejar tu comentario (me da la vida). ¡Un besaco en el sobaco!

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